Pedaleando Nueva York

domingo, 28 de julio de 2013

Volver a los pedaleos

Era vieja, alta, fea y amarilla la bicicleta en la que aprendí a andar. No tengo idea de donde la consiguió mi padre; además era para hombres y quienes la pedimos insistentemente éramos tres niñas. Como la menor y mas pequeña, sentada en el asiento ni alcanzaba los pedales; así que me las ingenié y encorbada en un ángulo ridículo por debajo de la barra, conseguí después de muchos intentos y caídas, la proeza de mover los pedales y desplazarme.

Pese a la incómoda posición la nueva destreza adquirida era para mí muy placentera. No pocas veces, sin embargo, corrí el riesgo de terminar en el Hospital, pero sí conseguí una cuantas cicatrices en las rodillas y codos, lo mismo mis hermanas. Es que andábamos caminos de tierras y pedregullos y lo que más abundaban eran los obstáculos imprevistos.

Así como recuerdo perfectamente la llegada de la fea bicicleta amarilla, no recuerdo como desapareció de nuestras vidas. Durante mi adolescencia y mi adultez no hubo bicicletas en mi existencia. Muchos años habrían de pasar; emigré de mi país, Paraguay, a Estados Unidos y fue en la ciudad de Nueva York, donde resido ahora, que volvió la tentación de la bicicleta. Esta vez es roja, también usada y me la compró mi marido.

Fuimos hasta The Boys & Girls Clubs of Newark Bike Exchange, un lugar de intercambio de bicicletas operado por voluntarios. Allí se reciben biciclos en donación y además se pueden adquirir bicis reparadas, refaccionadas, en muy buenas condiciones y a bajo costo. El propósito es rescatar bicicletas deshechadas, recaudar dinero para apoyar el The Boys & Girls Clubs of Newark y fomentar el uso de la bicicleta. Fue un buen comienzo.

Dicen que lo que se aprende de niño permanece para el resto de la vida. Uno de esos aprendizajes es andar en bicicleta. Décadas después de no montar una, la memoria de cómo hacerlo estaba almacenada en alguna parte de mis genes, la confianza tardo un poco más en reaparecer; pero también volvió poco a poco. Fue así que volví a poner mis manos en el manubrio, mis pies en los pedales y mi alma al viento.