Pedaleando Nueva York

jueves, 11 de junio de 2015

Año Nuevo en Pedales

Año nuevo, vida nueva, aventura nueva!!. Un año de aventuras solo se puede despedir con buena onda y en bicicleta!. Nueva York por suerte lo permite, especificamente a través de Time’s Up, una organización ambiental sin fines de  lucro que promueve el transporte sostenible  mediante numerosas actividades. El más famoso es su evento de fin de año que consiste en despedir el año viejo y recibir el nuevo sobre ruedas.

La carrera de Año Nuevo en bicicleta no es competitiva y tiene como uno de sus puntos de partida Washington Square Park, en el bajo Manhattan. Allí, bajo el arco, los participantes comienzan a reunirse a partir de las 10pm. La noche del 31 de Diciembre fuimos los primeros en llegar, la temperatura estaba bien baja, unos cuantos grados bajo cero; pero el cielo estaba despejado y no había nieve. Pocos minutos después llegó un joven con una caja de pizza, dijo que sería su cena una vez que llegáramos a destino.


En pocos minutos la gente se fue sumando y el ambiente se puso muy animado. Habían personas para quienes la carrera es una tradición desde que Time's Up la inició en 1999. Brett, un joven de Carolina del Norte que desde hace 5 años viene a vender árboles de Navidad en Astoria, Queens, trae su bicicleta en el camión y se queda hasta el Año Nuevo viviendo en el trailer  para poder hacer la carrera de medianoche. Nosotros, que lo haríamos por primera vez, estábamos fascinados y felices. Ansiosos por empezar a pedalear.

Un miembro

de la
organi-
zación
dio las
instruc-
ciones
de la
marcha:
mantenernos
unidos,no separarnos del grupo,
permanener de un mismo lado y respetar las señales de tránsito.

Al sonido de cornetas, sirenas y todo tipo de elementos ruidosos partimos. Al frente de la caravana se ubicó una muchacha con un estruendoso stéreo. Eramos mas de un centenar de bulliciosos ciclistas y nuestro paso era saludado por automovilistas y transeúntes. Bordeamos Times Square, donde una multitud de más de un millón de visitantes y turistas se reúnen para celebrar el cambio de año que lo marca la caída de una bola gigante recubierta de cristales de colores, el famoso Ball Drop, que empieza a deslizarse un minuto antes de las 12. 

            Dejamos atrás atrás Time Square y nos confundimos con otro grupo; pero esta vez de protesta contra la Policía neoyorkina del movimiento "Black lives matter" (La vida de los negros importa). Estos estaban tan fuertemente custodiados que la policía no los dejaba bajar de la acera a la calzada. A nuestro paso ambos bandos provocamos gran alboroto de apoyo mútuo.  

Pasamos Park Avenue, la calle 57, la 5ta avenida y llegamos finalmente a Central Park. Eran alrededor de las 11:40 pm. En algunos tramos nos cruzamos los ciclistas de medianoche con los corredores de medianoche, otro grupo que recibe el nuevo año corriendo, también en el parque. 

Cuando llegamos al Castillo Belvedere en Central Park faltaban 15 minutos para las 12 entonces se iniciaron los fuegos artificiales.  A medida que iban llegando más ciclistas la fiesta se ponía mas animada; los Guarda Parques vigilaban que no se ingirieran bebidas alcohólicas. A las 12 todos nos deseamos HAPPY NEW YEAR. La música empezó a sonar y todos bailamos mientras los fuegos artificiales seguían iluminando el cielo.










Música en vivo  para bailar y entrar en calor en la fría noche neoyorkina.


Poco después de la 1am emprendimos el regreso, en una esquina de Park Avenue esperaban cruzar la calle Charlie Rose y su esposa, Rose es el presentador de This Morning por CBS y uno de mis periodistas favoritos . "Happy New Year Charlie"! grité con las manos en alto, a lo que el respondió a su vez agitando las manos y un "Happy New Year my dear", que me hizo feliz. La noche era muy fría y decidimos volver a casa en subway. En Time Square el tren se llenó de gente eufórica, con pies cansados y confetis en el pelo. Eran las primeras horas del 2015!!

lunes, 13 de octubre de 2014

Con las faldas bien puestas

Para mí el verano es sinónimo de vestidos y polleras. Me encanta usarlos a todas horas, aún en bicicleta; sentirme libre y percibir el airecillo corriendo libremente por mi cuerpo y mis piernas es un deleite matutino. Una mañana de este ya acabado verano iba yo pedaleando al trabajo, el sol brillaba y el calor de la temperatura era aliviado por una brisa deliciosa.

A medida que me deslizaba sentía que estaba en una película de François Truffaut. Pero entonces una corriente de viento me levantó la falda, que voló para arriba y poco o nada dejó a la imaginación de los transeúntes y automovilistas. No fue muy elegante y sé que es una de las trampas embarazosas de pedalear con faldas amplias, vaporosas y cortas.

Me alejé del lugar acelerando instintivamente para que no se
percataran del rubor en mi cara y lo avergonzada que estaba. Pero el viento me acompañó a lo largo del trayecto y fue difícil mantener mi compostura cada vez que mi vestido se alejaba progresivamente hasta los muslos.

Yo trataba de mantener una mano sobre mi falda, pero afectaba mi equilibrio y con un frenado rápido quedaba fuera de control. Además debía mantenerme alerta ya que nadie se preocupa por lucir bien cuando termina esparcido por todo el pavimento. Sentí que me abandonó el glamour y era más bien una poco agraciada equilibrista que evitaba ser una ciclista exhibicionista.

Me asaltó la duda de como hacían las mujeres representadas en el encantador blog Cycle chic; donde las mujeres siempre lucen impecables y con estilo, aparentemente sin ningún esfuerzo. Yo no quería volver a los tradicionales pantalones y empecé a buscar alternativas de seguir mi andar en dos ruedas sin renunciar a las faldas. La primera de ellas fue ponerme sobre la ropa interior un pantaloncito (short) de lycra que son muy confortables, no aprietan y cubren discretamente. El único problema es que dan calor.


Navegando en el internet encontré que el problema del viento y las faldas es un inconveniente del que ya se ocupó el mercado de la moda ciclista y la forma de prevenirlos se presentan en dos formas: una es una liga que se coloca en el muslo y una pinza que se sujeta en el ruedo del vestido o falda. Cuestan 13 dólares.
El otro accesorio es un clip similar a las pinzas para sujetar las ropas en el tendedero; pero son más llamativas, diseñadas de forma artística, delicada y atractiva. La línea se llama NOMOMRO y está inspirada en el famoso vestido blanco volador de Marilyn Monroe. La diseñaron unos holandeses y están cotizadas en Euros.

Yo pensaba reemplazarlos por las pinzas de ropa que se consiguen en las tiendas de dólar.
De momento el verano ya se fue y se llevó el calor, en lo que queda del año ya no tendré que preocuparme de mis vestidos levantados al viento. El año próximo experimentaré la mejor opción para hacer más confortable mis travesías ciclísticas o quizá podría convencer a un “Paul Newman” que me transporte por la ciudad como lo hizo con Katharine Ross en Butch Cassidy and the Sundance Kid. Ese si sería un paseo divertido!

Katharine Ross and Paul Newman in Butch Cassidy and the Sundance Kid directed by George Roy Hill, 1969. Photo by Lawrence Schiller.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Los albañiles






Para mí pasar frente a una obra en construcción es uno de los disgustos del verano, a sabiendas que cuando pasa una mujer, es el momento cumbre en la vida del albañil.

 
 
 
En la esquina de mi casa hay un edificio que ya ha pasado por múltiples refacciones. Allí, la presencia de tres o cuatro albañiles es casi constante, a veces subidos a andamios y otras en la calle, trasladando materiales o escombros a un contenedor. Son todos latinos, de baja estatura aunque nunca me fijé si son jóvenes o viejos, lindos o feos. Nunca me atreví a mirarlos y mucho menos hacer contacto visual porque me ahuyentan con sus silbidos, chiflidos y unas que otras frases babosas irritantes.
 
Están en mi trayecto diario en bicicleta, aunque últimamente doy vuelta la manzana completa para eludirlos. No me gusta y nunca me gustó pasar ante una obra en construcción, sea caminando o en bicicleta. No soporto la tensión que me ocasionan cuando al divisar la presencia de una mujer, en la vereda o la calle, detienen lo que sea que estén haciendo y se ponen en posición de acecho, listos para el acoso, porque para mí no es halagador lo que dicen y hacen; eso se llama bully, acoso, agresión.
La escena es así; en medio de ese silencio que ellos mismos provocan, miran con desparpajo a la víctima. Cuando la mujer esta exactamente en el centro de sus miradas, entre el venir y el irse, justo entonces se produce el silbido largo, agudo, inútil y potente, como si alertaran a un sordo sobre la inminencia de una locomotora.

A veces, sólo utilizan el silbido, que aparentemente es una abreviatura de todo lo que quieren decir y no pueden por A o B motivo.
En otros, el silbido es complementado con frases que no tienen que ver con un piropo, todas imperativas. “Vení mamacita”, vení que te voy a hacer tal cosa y tal otra o “que bien que estás”, por ejemplo. Otras aún más desagradables con diferentes combinaciones del verbo chupar. Lo peor es que la práctica no se trata de una aberración solo vigente de donde yo provengo.
 
Lo que no me queda claro y muchas veces me pregunto es si el silbido es una llamada, una convocatoria o una invitación para que la mujer ingrese junto a ellos a la obra en construcción. En ese caso que harán, la violarán?.
 
Alguna vez leí a una columnista de un diario, que el pasar frente una obra en construcción era el medidor del índice de vigencia o decadencia de una mujer en términos de atractivo. El comentario siempre me pareció de pésimo gusto.



En esta temporada de verano, con días placenteros para acudir al trabajo en faldas o vestidos; o simplemente pasear en shorts, es sumamente incómodo y poco halagador escuchar comentarios obscenos sobre mis piernas u otra parte de mi anatomía.

A riesgo de sonar mojigata, esas expresiones me agreden y no quiero ser considerada un entretenimiento de hombres vulgares, aunque me apliquen aquella mofa: “Esa…no es capaz de inspirar el silbido de un albañil”
 
 
 
 
 

 
 
 
 


domingo, 26 de enero de 2014

Sobre nieve en bicicleta

Con el termómetro bajo cero, de los tantos que tuvo Nueva York durante este gélido enero, decidí coger mi abrigo, echarme la bufanda al cuello, el gorro y los guantes; y allí fui, a pedalear en la nieve. No sería algo extraordinario si no se tratara de una paraguaya que está acostumbrada a temperaturas que apuntan al otro extremo del termómetro.
Casi sin darme cuenta me fui adentrando al invierno, los ligeros vestidos de verano fueron a parar irremediablemente al armario y empecé a vestirme "por capas" para ir adaptándome a los cambios de temperatura. Por primera vez en tres años, la bicicleta fue mi movilidad durante las cuatro estaciones. Decidí usarla en invierno ante la disyuntiva de congelarme caminando unos 25 minutos, entre la ida de mi casa al trabajo y viceversa, que preferí hacerlo en bicicleta.

Pedalear en medio de la nieve puede ser toda una aventura, o una odisea, sobre todo si no se tiene experiencia, como yo. El hielo crugía debajo de las cubiertas de la bici y era como pedalear en la arena; se hizo muy pesado avanzar y el esfuerzo me cansó más de la cuenta. La senda ciclista estaba cubierta de una capa muy espesa por lo que tuve que circular sobre las huellas que dejan los vehículos, porque estaban más limpias, con menos nieve y mejor visibilidad del terreno.

La experiencia valió la pena, con lecciones aprendidas como que la bicicleta tiene que estar preparada, las cubiertas deben ser gruesas y los frenos en muy buen estado. Ademas hay que cuidar que las extremidades; piernas, brazos, garganta y orejas estén bien protegidas.
Contratiempos

Particularmente este año el frío es intenso, el viento que sopla con fuerza no deja avanzar, las sales dañan la bicicleta, los cambios casi no responden, la cadena se atraca. Para mí uno de los problemas es que los candados de seguridad se atascan con la lluvia y con el frío, porque siempre dejo la bicicleta amarrada afuera. A raíz de esto el procedimiento de desbloquearla es exasperante y lleva varios minutos de intento. Una vez también me percaté que las llantas se congelaron. Estaban duras como piedra, que al descongelarse advertí que estaban pinchadas y tuve que cambiarlas.


Otro peligro al andar es el denominado hielo negro. Es el que se produce cuando la temperatura se eleva momentáneamente por encima de los cero grados centígrados y se derrite parcialmente la nieve. Luego vuelve a bajar abruptamente la temperatura con lo que se congelan los charcos, formándose el infame “black ice” o hielo negro, que al ser del mismo color oscuro del pavimento no se nota y son una verdadera trampa de hielo.
Hay que considerar que en invierno es la menor cantidad de horas de luz del día, y a menudo, cuando todavía hay luz natural, esta es poca, debido a la nubosidad habitual en muchos días de esta estación, y eso sin hablar de la niebla algunas veces, por lo que es muy importante hacerse ver. También merece la pena invertir en luces delanteras y traseras, indispensables para circular y se nos vea desde lejos cuando la luz ambiente empieza a declinar.


Afortunadamente cada vez es más la gente que acumula kilómetros en bici, haga el tiempo que haga. Esto ayuda a que yo tampoco tema montar en estos meses sin que el pronóstico meteorológico me haga desistir, como el día en que encaré hacia el trabajo por una ruta cubierta de blanco. El aire congelado no me molestó. El cielo gris se abría sólo para dejar caer más nieve, con esa quietud única que tiene el invierno.

domingo, 18 de agosto de 2013

Irlanda

La niebla volvía obstinada todas las mañanas, al menos no llovía y la excusa del paseo en bicicleta era llegar a Sheridans, un almacén de quesos artesanales irlandeses en Carnaross, Condado de Meath. Las bicicletas eran prestadas, pertenecían a mi cuñada que es miembro de un Club de Ciclismo local y por lo tanto eran de aquéllas aptas para el ciclismo como deporte. En mi caso no compito; soy sólo alguien que se pasea y traslada de un lugar a otro en bicicleta en Nueva York, que es una ciudad plana donde los cambios sirven bastante poco. Casi nunca los uso, salvo algunas pocas excepciones para cruzar el Queensboro Bridge (que une Queens – Manhattan) o en el trayecto a Brooklyn o tal vez Jamaica (estos últimos vecindarios de Queens), que tienen algunas subidas.
Ella (mi cuñada) me dio unas rápidas especificaciones sobre como realizar los cambios cuando me cedió la bicicleta y a poco de empezar la excursión, con los pronunciados declives de la carretera, me dí cuenta que, a diferencia de Nueva York, allí sí los necesitaba.

Si bien mi esposo y yo estábamos aquella neblinosa mañana en Virginia, Condado de Cavan, su pueblo natal. A medida que nos internábamos en la carretera venían a mi mente que estaba ante el mismo paisaje descripto por Frank Mc Court en sus memorias “Lo es”, cuando en bicicleta repartía telegramas en Limerick, condado ubicado en el suroeste de Irlanda.

“Me veía por la mañana temprano en bicicleta o las carreteras del campo mientras la niebla se despejaba en los campos y las vacas me dirigían algún que otro mugido y los perros me perseguían hasta que yo los ahuyentaba tirándoles piedras. Oía a los niños de pecho que lloraban en las granjas llamando a sus madres y a los granjeros que volvían a llevar las vacas a los prados, a golpes de vara, después del ordeño”. Cuando estas escenas se los ve con ojos de turista, sobretodo para alguien que está de visita en Irlanda y admira a Frank McCourt, esto se torna idílico, aunque no muy alejado de un paisaje rural de Paraguay.


Por ser sábado la feria estaba concurrida y animada con degustaciones de deliciosos quesos y chorizos artesanales que produce la empresa de alimentos. Con el frío de la mañana incluso me tenté y probé un vino. Al finalizar nuestras compras las acomodé en la canasta de la bici y emprendimos el regreso sin prisa, cruzándonos de tanto en tanto con algún granjero.

Con nuestras compras me di cuenta que el accesorio que requería era una cesta, me parecía indispensable. Además una bicicleta urbana sin canasta es incompleta, no les parece?. Es así que en otra expedición, de la única tienda de bicicletas de Virginia compramos una hermosa cesta desmontable en la que pongo de todo, mi cuñada también me regaló una botella de agua de su Club de Ciclismo y son los dos accesorios que traje conmigo a Nueva York y siempre me remontan a los recuerdos de la bella isla Esmeralda.

domingo, 11 de agosto de 2013

La vuelta al mundo en Jackson Heights

Sin necesidad de arrastrar pesadas maletas, ni pasaportes, ni aduanas, escalas, ni fastidiosos chequeos físicos en los aeropuertos; cotidianamente doy la vuelta al mundo en un día. Mi periplo es en bicicleta, empieza y termina en Jackson Heights, vecindario de Queens, el condado de mayor diversidad étnica de Nueva York.

Mi punto de partida es mi casa en Jackson Heights y puede ser por motivos laborales, compras, gastronómicos o simplemente por el placer de pasear y escudriñar nuevos lugares. Aplaudo que el barrio cuenta cada vez con más infraestructura para ciclistas como los parqueaderos en las aceras, que fueron instalados recientemente dentro de un Proyecto de Mejoramiento del Distrito, impulsado por una coalición de autoridades, comerciantes y organizaciones locales.
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La motivación estimulante de los fines de semana consiste en ir a algún lugar nuevo o un evento público. A fines de marzo mi esposo y yo asistimos al Phagwah o Holi, en Richmond Hill, Jamaica, otro vecindario de Queens. Es una celebración que se lleva a cabo el domingo siguiente de la primera luna llena del calendario hindu. Tuvimos que pedalear ocho millas de distancia (unos 12 km) de casa y otros tantos de vuelta.

Gracias al mapa de Google llegamos sin problemas, estacionamos las bicicletas y nos acercados a la multitud. Lo primero que nos llamó la atención fueron los polvos multicolores que los asistentes se echaban unos a otros. Phagwah pinta literalmente unos a otros y las calles de color con un tinte (Abrac), el propósito es ahuyentar al gris invierno. El espíritu que rige es similar al del Carnaval por lo que pronto también nosotros estuvimos empolvados y coloridos.
El Town Hall de Flushing, Queens, también invita repetidamente al pedaleo con su Cultural Crossroads (Entrelazando culturas) , donde dos países o continentes comparten su música y su danza; por ejemplo: Africa y Perú, República Dominicana y San Vicente y las Islas Granadinas, España y Jamaica etc, etc.

Jackson Heights es un vecindario en auge donde la gente de países como Ecuador, Nepal, India, Colombia, China, Bangladesh, México y muchos otros vienen a buscar una chance en los Estados Unidos. En dos cuadras de su vibrante Avenida Roosevelt se pueden comprar tacos, helados, maíz asado a la parrilla, mango en rodajas y tamales, todo ello sin entrar en una tienda. En el sector hindu la tentación entra por el olfato, con el sabor fuerte, picante e intenso del curry. Los paraguayos del área estamos de parabienes, el restaurant Dela Mora que abrió sus puertas recientemente y se suma a otros dos del condado; el restaurante I love Paraguay, uno de los pioneros, y Maracas Café, un copetín que también incluye en el menú comida venezolana.
Queens es el hogar de todos. Aquí se puede encontrar a Dios en todos los idiomas, comer todos los sabores; celebrar todas las fiestas: religiosas y paganas, vestir todos los estilos y pintar en la calle.

Entrelazados en esa cotidianeidad vibrante y colorida también descubrimos acontecimientos inesperados y misteriosos. Podemos explorar del Ramadan al Inti Raymi de los Incas y los poderes de los chamanes. En bicicleta se aprende a conocer Queens con los cinco sentidos y cada uno de ellos son compensados.

domingo, 4 de agosto de 2013

La infaltable caída

La marca de la imprudencia aún la tengo en la rodilla derecha. Lección número uno bien aprendida: siempre es mejor utilizar las sendas de bicicleta, que en Nueva York hoy alcanzan alrededor de setecientas millas (1.126 km). Es que en medio del entusiasmo de preparar maletas para pasar unas largas vacaciones en mi país natal, Paraguay, recibí el pedido de un amigo músico; llevarle unas baquetas de batería. Como “Lo prometido es deuda”, me dirigí a Guitarr Center, una tienda de instrumentos musicales, en Long Island City (Queens) a través de la ruta equivocada: Northern Boulevard, una importante y muy transitada vía circulatoria del Condado de Queens.

Desde mi punto de partida Northern Boulevard era la ruta más directa. Es así que cuando apenas había iniciado el periplo, el pánico poco a poco se apoderó de mí a medida que sentía que los autos pasaban casi rozándome. Seguí pedaleando y mi ritmo cardiaco y respiratorio crecían al mismo ritmo que mi ansiedad y desesperación. Aunque era una gélida mañana de Diciembre pronto empecé a sudar.

Mi mayor temor pronto se hizo realidad, tenía detrás el Q66, un autobús que cubre la ruta local entre diferentes barrios. Mi memoria pronto me transportó a Paraguay, donde a bocinazo necio y estridente los choferes de autobuses nos obligan a despejar la vía y salvar el pellejo. Esta vez no hubo bocinazos; pero el irracional pavor que se apoderó de mi me impulsó realizar una maniobra que me hizo perder el control de la bicicleta. Literalmente salí volando y fui a parar al pavimento.

Caí aparatosamente y mi aterrizaje fue de rodillas, entonces ni tenía idea que existían instrucciones y técnicas de cómo caer de la bicicleta sin salir tan maltrecho, aunque de saberlo tal vez el resultado sería el mismo de todas formas. El autobús paró, algunas personas me rodearon y escuché algunos “are you ok?” (se encuentra bien?), me incorporé velozmente, no me acuerdo si respondí que sí, sólo pensaba en la bicicleta que estaba convencida estaría partida en dos. Estaba entera (la bicicleta), menos estropeada que yo, subí a la vereda a inspeccionarla e inspeccionarme. Decidí seguir viaje, hasta la tienda de instrumentos musicales.

Con un paquete de baquetas de nogal regresé a casa, esta vez cogí la senda de bicicleta de una calle diferente y más tranquila. Ah, el show al que me invitó mi amigo en Paraguay, para estrenar sus palillos de bacteria, pagó con creces el raspón en la rodilla y las manos.