Pedaleando Nueva York

domingo, 4 de agosto de 2013

La infaltable caída

La marca de la imprudencia aún la tengo en la rodilla derecha. Lección número uno bien aprendida: siempre es mejor utilizar las sendas de bicicleta, que en Nueva York hoy alcanzan alrededor de setecientas millas (1.126 km). Es que en medio del entusiasmo de preparar maletas para pasar unas largas vacaciones en mi país natal, Paraguay, recibí el pedido de un amigo músico; llevarle unas baquetas de batería. Como “Lo prometido es deuda”, me dirigí a Guitarr Center, una tienda de instrumentos musicales, en Long Island City (Queens) a través de la ruta equivocada: Northern Boulevard, una importante y muy transitada vía circulatoria del Condado de Queens.

Desde mi punto de partida Northern Boulevard era la ruta más directa. Es así que cuando apenas había iniciado el periplo, el pánico poco a poco se apoderó de mí a medida que sentía que los autos pasaban casi rozándome. Seguí pedaleando y mi ritmo cardiaco y respiratorio crecían al mismo ritmo que mi ansiedad y desesperación. Aunque era una gélida mañana de Diciembre pronto empecé a sudar.

Mi mayor temor pronto se hizo realidad, tenía detrás el Q66, un autobús que cubre la ruta local entre diferentes barrios. Mi memoria pronto me transportó a Paraguay, donde a bocinazo necio y estridente los choferes de autobuses nos obligan a despejar la vía y salvar el pellejo. Esta vez no hubo bocinazos; pero el irracional pavor que se apoderó de mi me impulsó realizar una maniobra que me hizo perder el control de la bicicleta. Literalmente salí volando y fui a parar al pavimento.

Caí aparatosamente y mi aterrizaje fue de rodillas, entonces ni tenía idea que existían instrucciones y técnicas de cómo caer de la bicicleta sin salir tan maltrecho, aunque de saberlo tal vez el resultado sería el mismo de todas formas. El autobús paró, algunas personas me rodearon y escuché algunos “are you ok?” (se encuentra bien?), me incorporé velozmente, no me acuerdo si respondí que sí, sólo pensaba en la bicicleta que estaba convencida estaría partida en dos. Estaba entera (la bicicleta), menos estropeada que yo, subí a la vereda a inspeccionarla e inspeccionarme. Decidí seguir viaje, hasta la tienda de instrumentos musicales.

Con un paquete de baquetas de nogal regresé a casa, esta vez cogí la senda de bicicleta de una calle diferente y más tranquila. Ah, el show al que me invitó mi amigo en Paraguay, para estrenar sus palillos de bacteria, pagó con creces el raspón en la rodilla y las manos.

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